Senador Guillermo Domenech: “Que sea recordada y no se reitere”

02/Feb/2024

Siguiendo con la presentación de las alocuciones desarrolladas durante la Sesión Especial de la Comisión Permanente del Poder Legislativo, hoy publicamos la oratoria del Senador Guillermo Domenech, de Cabildo Abierto.

Señor presidente: cumplimos en el día de hoy con recordar el Día Internacional de Conmemoración anual en memoria de las víctimas del Holocausto.

Digamos que el judaísmo es la más antigua de las religiones monoteístas y el cristianismo surge, precisamente, de su seno, imponiendo en occidente los principios morales que creyentes y quienes no lo son cumplen espontáneamente, estando estos resumidos en el decálogo que Moisés recibió y que Jesús transmitió del mundo judío al resto de la humanidad.

Con referencia al hecho que conmemoramos, Abba Eban, en la obra Mi pueblo. La historia de los judíos, señala: «Los planes de exterminio de los nazi habían sido trazados en gran escala; comparados con ellos las actividades de socorro emprendidas por las organizaciones judías, sobre todo la Agencia Judía y el Comité Conjunto de Distribución, parecían de un alcance infinitesimal. Sin embargo, se volcaba indecible esfuerzo, angustia y frustración en la labor de esas organizaciones, concentradas en los pocos países neutrales que quedaban en Europa y que libraban una interminable batalla contra el desamparo, el hambre y el miedo que eran la suerte de los pocos que habían logrado conquistar su libertad.

En el Este, la actitud de la masa del pueblo con respecto a los judíos era de hostilidad e indiferencia, solo las pequeñas democracias de los 22 países occidentales reaccionaron con firmeza y unanimidad ante la angustiosa situación de los judíos».

Luego agrega el mismo autor: «El propio Papa ayudó y protegió a muchos judíos y llegó al extremo de contribuir con 15 kilogramos de oro cuando los que vivían en Roma tuvieron que proporcionarle una suma exorbitante a los nazis en octubre de 1943».

Abba Eban recuerda que centenares de sacerdotes católicos protegieron a los judíos y trataron de que escaparan del horror de la persecución nazi. Continúa diciendo Abba Eban: «Los aliados se mostraron inactivos ante la suerte de estos. Solo en 1943, Estados Unidos estableció un comité para las víctimas de la guerra. Esto llegó demasiado tarde, solo se pudo salvar a unas pocas personas».

Refiriéndose a las persecuciones sufridas durante la Segunda Guerra Mundial, el muy conocido exministro de Relaciones Exteriores de Israel señala: «No se habrían podido cumplir estas de no haber existido la atmósfera de una abrumadora aquiescencia social. El prejuicio antijudío, brillando espasmódicamente a través de la historia, ora como una diminuta chispa, ora como una vasta llamarada, había dejado ahora su sendero calcinado a través del territorio del espíritu humano»». La indiferencia fue, entonces, una de las grandes responsables de la masacre cometida posteriormente.

A su vez, el doctor Weizmann, dijo el 1º de marzo de 1943, en el Madison Square Garden de Nueva York: «Pero cuando ese historiador abrumado por la trágica evidencia dicte el veredicto del futuro ante este fenómeno salvaje, único en los anales de la humanidad, lo turbará otra circunstancia más. Lo desconcertará la apatía del mundo civilizado frente a la inmensa, sistemática carnicería de seres humanos cuya única culpa era pertenecer al pueblo que le dio a la humanidad los mandamientos de la ley moral. No logrará comprender por qué fue necesario hostigar la conciencia del mundo, porque se debió suscitar simpatías. Sobre todo, no podrá comprender por qué las naciones libres, en armas contra una barbarie resucitada y organizada, necesitaban pedidos para dar asilo a la primera y principal de las víctimas de esa barbarie».

Parecería que el mundo debería recordar este acontecimiento a efectos de evitar que circunstancias similares se repitan. Sin embargo, la historia reitera episodios de persecuciones por razones religiosas, étnicas o políticas, de inaceptable crueldad. La humanidad registra las primeras persecuciones sufridas por los cristianos durante la vigencia del Imperio Romano, en que las turbas festejaban en el Coliseo el sacrificio de los creyentes devorados por numerosos leones. Ya en la segunda década del siglo pasado el mundo asiste a la barbarie del genocidio armenio. Asimismo, en el pasado siglo, se lleva a cabo el Holodomor, que también ocasionó millones de víctimas en una Ucrania devastada por el estalinismo comunista.

Parecería que el hombre no aprendió de la historia, y su crueldad permitió que millones de seres humanos sufrieran la persecución y la muerte con una mirada indiferente. Hacemos votos por que el recuerdo oportuno de las masacres sufridas por los pueblos del mundo, y particularmente esta instancia, la que conmemoramos, que tuvo como víctima principal al pueblo judío, sea recordada y no se reitere.

Como señalamos al comienzo, el judaísmo transmitió al cristianismo los principios morales que han orientado la vida en Occidente, y como señala San Pablo en su carta a los romanos: «Es verdad que algunas de las ramas han sido desgajadas y que tú siendo de olivo silvestre, has sido injertado entre las otras ramas. Ahora participas de la savia nutritiva de la raíz del olivo. Sin embargo no te vayas a creer mejor que las ramas originales. Y si te jactas de ello ten en cuenta que no eres quien nutre a la raíz».

Léon Bloy reitera que «[…] después del Capítulo XI de San Pablo a los Romanos, y aparte de la inspiración sobrenatural de este, la Salvación por los 24 Judíos, es el testimonio cristiano más enérgico que se haya escrito en favor de la raza primogénita. Si su delito -dice el apóstol- es la riqueza del mundo y su menoscabo el tesoro de los pueblos, ¿cuánto más lo será su plenitud? Si el haber sido repudiados ha traído la reconciliación del mundo, ¿qué será su restablecimiento, sino la vida de los muertos? La Salvación por los Judíos, que podría considerarse una paráfrasis de ese capítulo de San Pablo, hace ver desde la primera página, que la sangre que por la redención de la humanidad fue vertida en la cruz, lo mismo que la que diariamente se vierte en el cáliz del sacramento, es natural y sobrenaturalmente, sangre judía, es ese inmenso río de sangre hebrea que tiene su fuente en Abraham y su desembocadura en las cinco llagas de Cristo».

Si bien a los cristianos se nos ha impuesto la obligación de perdonar –puesto que el inspirador de nuestras convicciones, ante la pregunta de Pedro sobre si debe perdonar a su hermano hasta siete veces, el Maestro le exige perdonarlo hasta setenta veces siete-, el perdón supone asumir el propósito de enmienda, que evite a la humanidad recorrer nuevamente los caminos de una insensata brutalidad, que ignora la verdad superior de que todos los hombres son hijos comunes de Dios. Como señala el Decálogo: «Amarás al prójimo como a ti mismo».

Gracias, señor presidente.